La micología ha sido, desde épocas pretéritas, tal vez la ciencia microbiológica menos atrayente si la medimos por la cantidad de profesionales que se formaban y dedicaban a su estudio.
Su ubicación curricular en la enseñanza de grado, específicamente en el ciclo básico, apretujada entre bacteriología, virología y parasitología, su escasa carga horaria y, por ende, sus contenidos limitados, hicieron que el interés por la misma fuese poco significativo.
No es casual que, al decir de la prestigiosa investigadora venezolana Gioconda Cuneo de San Blas, la micología es “la cenicienta de las ciencias microbiológicas”.
Estructurada de la manera mencionada, esta ciencia es enseñada en una etapa de la carrera en la que los alumnos no están aún capacitados para el enfoque clínico abarcativo y, por lo tanto, la empresa queda limitada a la descripción taxonómica y morfológica.
En las últimas décadas, el advenimiento de la infección por HIV, así como nuevos y agresivos tratamientos oncológicos o aquellos destinados a evitar el rechazo de los órganos trasplantados, generan en los pacientes una profunda depresión inmunológica que culmina con la emergencia de patógenos intracelulares preexistentes, posibilitando las denominadas infecciones oportunistas.
La incidencia de las micosis se incrementó notablemente durante las primeras dos décadas de la pandemia de HIV, especialmente antes de la introducción de la terapia antirretroviral, para moderarse a partir de la década de los 2000.
Este auge de la incidencia de las micosis oportunistas se inició en un contexto donde el arsenal terapéutico disponible para su tratamiento era notablemente escaso. Además, la literatura disponible sobre patologías de origen micótico era limitada y, generalmente, estaba estructurada sobre el ordenamiento clásico, partiendo de la definición, etiología y taxonomía, pasando por epidemiología, patogenia, clínica, tratamiento y prevención.
Esta sistemática es importante, pero plantea una dificultad al médico tratante, en especial al joven estudiante o residente, que consiste en cómo relacionar estas descripciones con el cuadro clínico específico que presenta el paciente en la consulta.
Es así que se destaca el enfoque que los autores le han dado a esta obra, partiendo de las manifestaciones clínicas que presenta el paciente y la observación de las lesiones o compromisos orgánicos que el profesional tiene ante sus sentidos. Estos aspectos, y la organización de la estructura de la obra, son similares a los de la primera edición (1997), pero cada uno de los capítulos ha sido rigurosamente revisado y actualizado.
En la primera parte del libro, la más extensa y relacionada con la parte clínica, los autores formulan la pregunta fundamental: ante este cuadro clínico ¿cuándo y por qué debo pensar en micosis?
Y una vez que se determina la factibilidad de la existencia de un hongo como causa de la clínica que trae el paciente, los autores nos van llevando de la mano en el razonamiento diagnóstico y en la correcta selección y utilización de las distintas pruebas de laboratorio que permitirán arribar al diagnóstico. La utilización de los distintos fármacos antifúngicos está muy bien explicitada para que no haya dudas de cuál es la droga a elegir, cómo manejarla y qué podemos esperar de ella en cada caso en particular, sin olvidar los potenciales efectos secundarios que se podrían presentar.
Toda esta sistemática se desarrolla con la misma solidez tanto en el campo de las micosis superficiales como en el caso de las profundas. La bibliografía consultada está acotada a una docena de citas bibliográficas relevantes, evitando extensas revisiones que suelen ser reiterativas e innecesarias. Varias de esas citas son de la propia cosecha de los autores, lo que pone en evidencia la vasta experiencia de los mismos en la práctica clínica.
La segunda parte de la obra está dedicada, en forma minuciosa, a la reseña de las distintas técnicas de laboratorio a las que podemos recurrir para el diagnóstico y el seguimiento de los casos clínicos. La descripción no se limita a las técnicas más asentadas, clásicas, sino que hay un lugar muy importante para las nuevas metodologías basadas en la biología molecular que han llegado para ir mejorando significativamente la conducción del caso clínico.
La tercera parte incluye la presentación de 33 casos clínicos que fueron asistidos tanto en el Hospital Muñiz como en la práctica privada, seleccionados sobre la base de su utilidad como representativos de las distintas patologías micóticas y siguiendo la sistemática que ya hemos destacado. Son todos ellos de un valor didáctico inapreciable.
Para finalizar, la obra es concluida con un aporte iconográfico que incluye imágenes fotográficas de lesiones, preparados histológicos, imágenes radiológicas, tomográficas y técnicas de laboratorio.
En conclusión, Lecciones de Clínica Micológica es una obra muy sólida desde lo científico, muy amena y clara en lo didáctico y muy rigurosa en su presentación y digna de sus autores.