Keywords:
COVID-19, infectología, pandemia, medios de comunicación, vacunas
Falta poco para cumplir un año desde la descripción de los primeros casos de COVID-19. La pandemia nos ha afectado a todos, pero la discusión sobre el impacto real en la vida de las personas va a llevar décadas. Es de esperar también que persista durante años su efecto en la forma de relacionamos, en la manera de atender pacientes y en los modelos de educación, producción y trabajo, de la misma forma que otras pandemias (como el VIH o el H1N1) cambiaron conductas humanas.
Ojalá que los efectos positivos colaterales de la pandemia también tengan un efecto duradero. Sin duda, la infectología ha logrado reafirmar su reconocimiento como una rama indispensable, actual y vigente de la medicina. En la mayoría de las ciudades del país, nuestros especialistas han sido convocados a conformar los comités de emergencia locales y son los referentes para la organización y la adaptación de los servicios de atención, con el apoyo cotidiano de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI).
Además, los infectólogos y la SADI son uno de los baluartes de la comunicación, asegurando mensajes claros, no alarmistas y basados en la evidencia. Por primera vez, la información ha generado tanta influencia en una pandemia, no tanto por su volumen sino por los efectos nocivos de la mala información, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo denominó infodemia. Desde la SADI se brindaron este año más de 4500 entrevistas televisivas y radiales y más de 80 webinars abiertos a la comunidad. Capacitamos periodistas para evitar el sensacionalismo, las noticias cargadas de violencia y las notas enfocadas solo en la excepción del que no cumple las reglas. Trabajamos para evitar que se repliquen rumores en los medios y en las redes. Pero si a esto le sumamos las respuestas a las demandas que cada uno recibe cotidianamente, las actividades de información, promoción y prevención, las podríamos contar en millones. ¿Que infectólogo no ha recibido un mensaje, siempre encabezado por un “disculpá que moleste…”, “sé que estarán ocupados, pero…”? Afortunadamente, estos mensajes vienen siempre finalizados por el “muchas gracias por todo lo que hacen” como una de las tantas muestras de reconocimiento.
Al inicio, el apoyo de la comunidad al equipo de salud fue incondicional, aunque con el tiempo empezó a flaquear. La discriminación y el miedo al contagio dieron lugar a reacciones inesperadas contra el personal de salud y, después, la polarización y la politización brotaron fácilmente en un campo fertilizado por el hartazgo y la frustración de la gente y la necesidad arcaica de la comunidad de encontrar culpables y chivos expiatorios.
Pero nunca será suficiente el reconocimiento al esfuerzo que nuestros colegas hacen desde el inicio de la pandemia. El estrés por el trabajo ininterrumpido, el miedo al contagio y a contagiar a nuestras familias, la tristeza y la culpa cuando un colega cae enfermo, la frustración y la bronca cuando falta el material de protección personal, o cuando no contamos con el apoyo de nuestras instituciones, y las malas condiciones salariales son moneda corriente en la infectología. Además, al igual que todos, sufrimos la incertidumbre de cuándo va a terminar, la imposibilidad de compartir casamientos, cumpleaños e incluso funerales, así como las consecuencias económicas de la pandemia. Pero contamos con la resiliencia expresada en el trabajo solidario, la satisfacción cuando nuestros consejos o medidas propuestas surten efecto, y la alegría reflejada en la sonrisa que nos regalan aquellos que se van de alta después de haber estado internados durante semanas en áreas críticas.
Esta crisis, entonces, representa la oportunidad de reconocer la importancia de un sistema de salud público de calidad, universal y gratuito basado en la equidad. Latinoamérica es la región más desigual del mundo, con 232 millones de personas viviendo en la pobreza, con escaso acceso a alimentación adecuada y a servicios sanitarios de calidad. En Argentina, los determinantes sociales de las comunidades, la debilidad de la red diagnóstica y de las redes de vigilancia epidemiológica, la falta de sistemas robustos de búsqueda y detección de contactos han limitado la respuesta. La pandemia nos obliga a discutir la urgencia de una reforma sanitaria para asegurar la continuidad de una respuesta sanitaria fuerte, menos fragmentada, con mejor financiamiento e integrada a otras políticas sociales.
Las buenas decisiones se basan en contar con buena información. Y ha sido muy difícil decidir en tanta incertidumbre. En este número, tenemos el orgullo de presentar información original y producida localmente relacionada al COVID-19 que incluye, por ejemplo, la revisión de las prácticas sexuales durante la cuarentena, la descripción de la enfermedad en personas con tumores sólidos, la eficacia de los programas de uso optimizado de antimicrobianos en la pandemia y la importancia de entender un poco más la reinfección.
La SADI refuerza la necesidad de tomar decisiones terapéuticas basadas en la evidencia. Entendimos desde los primeros meses del año que la epidemia era muy dinámica, que la información cambia, y que el viejo adagio “primun non nocere” era más actual que nunca, pero que –a veces– la urgencia obliga a tomar medidas con limitada información. Estas acciones nunca deben ser tomadas en respuesta a una presión social o mediática, o como una forma de suplantar las medidas de salud pública para controlar la transmisión, y deben estar sujetas a un escrutinio y revisión permanente de la evidencia. La epidemia va a seguir siendo un desafío, y el distanciamiento social, el uso de barbijos, el lavado de manos y el autocuidado para reducir las exposiciones de riesgo seguirán siendo medidas básicas. La expansión del diagnóstico, la búsqueda intensiva y el aislamiento de contactos, y la reimposición temprana de restricciones agresivas y de corta duración en caso de brotes son la base del control de la epidemia hasta contar con programas masivos de vacunación.
Mientras seguimos buscando mayor información, algunas cosas ya están más claras que antes:
- El virus va a circular por muchos meses o años todavía.
- Las medidas de salud pública son las más efectivas para reducir la cantidad de afectados y de muertos.
- Con múltiples estudios todavía en marcha, parece poco probable que descubramos la “bala de plata para el tratamiento”.
- Las vacunas son efectivas, y la información preliminar muestra que son seguras, aunque todavía no conocemos la duración de la respuesta inmune inducida ni la evolución molecular a largo plazo del SARS-CoV-2.
El sentido de equidad y la empatía con los más vulnerables son la base de la solidaridad. Argentina ha dado muestras sobradas de una gran solidaridad desde el inicio de la pandemia, así como en todas las otras crisis. Necesitamos recrear un significado nacional de este sentimiento, tan propio en la identidad de los argentinos, para poder frenar todos juntos esta epidemia.